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Traje,corbata,galletas y recuerdos

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Agustin Villacis Traje,corbata,galletas y recuerdos

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Traje, corbata, galletas y recuerdos Las galletas bajan alineadas sobre la banda de la factoría, directamente hacia él, tiene que agarrarlas en grupos de seis en cada mano y colocarlas de forma nítida dentro de la caja de cartón hasta llegar a contar ciento veinte. Está allí junto a una mujer asiática de largas manos que puede empacar aquellas galletas como si fuera un robot mecánico. Durante ocho horas permanece frente a la banda, que circula sin parar, mientras sus manos poco a poco se van entumeciendo del dolor. El mes pasado, él vestía de traje y corbata, ocupaba una oficina en un edificio elegante. Era gerente de una gran empresa, era de aquellos hombres honestos e íntegros de los cuales quedan muy pocos. La crisis liquidó el negocio y lo obligó a emigrar. El hambre no espera, los hijos no esperan, hoy prefiere sentarse frente a la banda de galletas, con su traje azul, su corbata roja con gris y su mirada fija en un horizonte incierto, a vivir del recuerdo de algo que ya no existe. La página hay que voltearla para dejar que el universo traiga nuevos vientos que muevan su barca en nuevas direcciones. Atrás habían quedado sus afectos, sus amigos, su familia. Ahora solo tiene su traje azul, su corbata roja y gris y una línea interminable de galletas de todos los sabores que circulan en un carrusel infinito. Cada galleta le trae un recuerdo, y cada galleta lo acerca más al día que volverá a ver renacer su vida. Quiere seguir vistiendo como antes y al mismo tiempo quiere percibir el aroma a pan de aquel lugar, un aroma a pan de dulce. Cada hora que pasa, hace cálculos de cuánto ha ganado en un

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espacio de momento de espera, aquel que limita el instante y el día de un futuro reencuentro con su vida. Su traje azul se ha llenado de polvo de harina blanca, que es parte del ambiente de la factoría. Los obreros lo conocen, saben de su historia y lo observan siempre curiosos desde sus estaciones de trabajo. Pueden verlo deambular en su mente, soñar despierto, sin dejar caer una sola galleta al piso. Él ha logrado una coordinación matemática; con sus manos, con su mente, con el contar sus ganancias cada hora. Al salir, limpia su traje usando la aspiradora y lo devuelve a su color original. Al llegar a casa se sienta en un balcón que da hacia un pequeño lago, en donde los patos pasean en familia. Muchos inviernos vio el lago llenarse de nieve y los patos emigrar, durante muchas primaveras vio la danza de colores de flores que nacían alrededor de aquel lago para invitar a la naturaleza a engalanarse. Cada domingo por la tarde hace la llamada telefónica a su esposa y a sus hijos, las lágrimas poco a poco van desapareciendo, y por dentro siempre está la esperanza de que algún día los verá nuevamente. La distancia y la soledad lo ahogan en un silencio profundo en el que solo sus pensamientos y sus deseos lo mantienen vivo. Cada mañana camina a la estación del tren para ir a su empleo en la factoría, con el mismo traje azul, con la misma corbata roja y gris. Cuida su traje con gran esmero, pues representa la historia que quedó atrás, la esperanza de algún día volver a su tierra. Los viernes por la tarde, al cobrar su sueldo, se acerca a una tienda de envíos de dinero

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y manda lo suficiente para su esposa, para pagar la casa, los estudios de los chicos. Nunca gasta dinero en sí mismo, prefiere caminar a conducir su coche, prefiere vivir en un pequeño apartamento muy barato cerca de la estación del tren, cocina su propio alimento y cada vez que puede trabajar sobretiempo, lo hace para poder ahorrar más dinero que le permita llevar consigo a su familia. Así pasan los años, el traje azul va cambiando de color y se parece cada vez más al color de la harina con que se hacen las galletas, su corbata gris tiene ya unos cuantos huecos. Se sienta frente a la misma banda, observa las mismas galletas llegar al frente de él, toma seis galletas con cada una de sus manos y las coloca de forma nítida en el interior de una caja hasta llegar a ciento veinte. Ya no está la mujer asiática junto a él, ella falleció hace cinco años. Por ese lugar pasa cada mes una persona distinta, ninguna aguanta el trajín, el cansancio, el dolor de espalda ni la artritis que se desarrolla en los nudos de las manos. Prefieren renunciar y buscar otros empleos. Él permanece fiel a esa banda, allí está; su familia, el estudio de sus hijos, su esposa, la casa, la esperanza del día que los volverá a ver. Llega el viernes nuevamente, recibe su salario, acude a la misma tienda a hacer la llamada telefónica como lo ha hecho por los últimos 30 años, nadie contesta, ya son varios meses que nadie contesta sus llamadas. Él igual hace el envío de dinero, para su esposa, para pagar la casa, el colegio de los chicos, como si el tiempo no hubiese pasado para ellos. Regresa a casa, se sienta en el balcón a ver la nieve sobre el lago, y en su soledad llora, y deja que sus

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lágrimas corran por sus mejillas y caigan sobre su viejo traje azul, su corbata roja y gris. Cierra sus ojos y frente al invierno duerme para siempre.